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¿Quién controla a los que controlan?

Ismael Arellano

Especialista en Crimen Financiero

17 October 2025

Cuando las unidades de control y seguridad forman parte de la banda organizada.


En la mayoría de las organizaciones, las áreas de control interno, cumplimiento y seguridad se perciben como las primeras líneas de defensa contra el fraude y las amenazas internas. Sin embargo, la realidad que enfrentan hoy bancos, aseguradoras y grandes corporaciones es que esas mismas unidades pueden ser cooptadas por redes criminales, convirtiéndose en cómplices activos o pasivos de esquemas de fraude sofisticados.


Cuando quienes deberían garantizar la integridad del sistema son parte del problema, el riesgo se multiplica: no solo se facilita la operación ilícita, sino que se genera una falsa sensación de confianza que retrasa la detección y agrava el impacto.


¿Cómo identificar este tipo de infiltración?

  1. Patrones de complacencia: investigaciones internas archivadas, sanciones que nunca llegan y controles diseñados para “cumplir en papel” sin eficacia real.
  2. Conflictos de interés ocultos: funcionarios de control con vínculos financieros, familiares o de lealtad hacia empleados investigados.
  3. Fugas de información sistemáticas: filtración de auditorías o investigaciones a los propios implicados, lo que permite “blindar” el fraude.
  4. Aislamiento institucional: áreas de control que se resisten a la supervisión externa o limitan el acceso a información clave bajo pretexto de “confidencialidad”.


Estrategias para mitigar este escenario:

Aunque complejo, este fenómeno puede gestionarse si la organización adopta un enfoque estratégico y preventivo:

  • Segunda y tercera mirada independiente: implementar revisiones externas periódicas de los procesos de cumplimiento y seguridad, bajo proveedores confiables y con metodologías de ciberinteligencia que detecten anomalías.
  • Rotación y trazabilidad del talento: evitar que ciertos cargos críticos se perpetúen en las mismas manos, reduciendo el riesgo de consolidación de redes internas.
  • Cultura de integridad: fomentar un clima organizacional en el que los colaboradores perciban que denunciar irregularidades no es una amenaza, sino una protección colectiva.
  • Independencia tecnológica: Cuando las unidades de control están comprometidas, la respuesta es: sistemas de monitoreo externo con IA, auditorías en tiempo real y alertas automáticas por anomalías, garantizan que las irregularidades salgan a la luz aunque la seguridad interna forme parte del fraude.
  • Mecanismos de denuncia blindados: canales de whistleblowing independientes, protegidos y gestionados fuera de la cadena jerárquica tradicional.


El verdadero desafío: restaurar la confianza:

Cuando la corrupción toca a las áreas de control, la credibilidad de toda la organización queda en entredicho. Por ello, la solución no puede ser reactiva: es imprescindible diseñar un modelo de vigilancia continua, resiliente y transparente, capaz de anticiparse a las vulnerabilidades humanas y organizacionales.

La pregunta no es si el fraude puede infiltrarse en las unidades de control, sino qué tan preparada está la empresa para detectarlo, enfrentarlo y superarlo sin poner en riesgo su sostenibilidad.



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