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El costo del silencio: por qué callar el fraude puede ser más caro que denunciarlo

Ismael Arellano

Especialista en Crimen Financiero

16 October 2025

En la mayoría de las organizaciones, cuando se detecta un caso de fraude interno surge una pregunta incómoda: ¿denunciar o no denunciar?. Muchas veces, por temor a dañar la reputación, la empresa opta por el silencio, limitándose a separar al empleado o romper vínculos con el proveedor implicado. Sin embargo, esta decisión puede ser más costosa a largo plazo que el propio fraude.


En artículos anteriores hemos explorado cómo las amenazas internas, explicadas desde el Pentágono del Fraude, se nutren de factores como la oportunidad, la racionalización o la arrogancia del defraudador. También vimos cómo la asociación diferencial facilita la formación de “bandas organizadas” dentro de las corporaciones, y cómo los activos y procesos críticos se convierten en blancos estratégicos para empleados en complicidad con proveedores. Todos estos escenarios tienen algo en común: si no se establecen precedentes claros frente al fraude, las condiciones para que vuelva a repetirse permanecen intactas.


La importancia de denunciar:

Denunciar el fraude —a nivel interno y, cuando corresponde, por las vías legales— cumple una doble función:

  1. Disuasiva: envía un mensaje inequívoco de que la organización no tolera conductas fraudulentas.
  2. Preventiva: permite crear precedentes que fortalecen la cultura ética y evitan que otros colaboradores consideren repetir la conducta.

El silencio, en cambio, transmite un efecto perverso: el fraude se puede cometer sin consecuencias graves. Esto, lejos de proteger la reputación, erosiona la cultura corporativa desde adentro.


Estrategia sin escándalo:

Denunciar no significa hacer escándalo. Las corporaciones responsables cuentan con protocolos estratégicos que les permiten:

  • Conducir investigaciones internas discretas, con trazabilidad de hallazgos.
  • Implementar canales de denuncia seguros y confidenciales para empleados.
  • Documentar cada caso como aprendizaje organizacional.
  • Escalar los procesos a las autoridades competentes de manera técnica, sin exponer la marca innecesariamente.


Generar cultura corporativa frente al fraude:

Una empresa que denuncia el fraude transmite un mensaje clave: la integridad es innegociable. Para consolidar esa cultura es necesario:

  • Comunicar con transparencia interna los casos y sus consecuencias, reforzando la ética como valor compartido.
  • Educar a directivos y colaboradores sobre el costo real del fraude, que no se limita a lo financiero, sino también a lo reputacional y estratégico.
  • Integrar la ciberinteligencia como herramienta de prevención y monitoreo continuo.
  • Fortalecer el liderazgo ético: los directivos deben ser los primeros en respaldar estas decisiones y dar ejemplo.


El verdadero dilema no es denunciar o no denunciar, sino qué cultura queremos construir en nuestra organización. Denunciar de manera estratégica no es un riesgo reputacional, es una inversión en credibilidad, ética y sostenibilidad. El silencio, en cambio, abre la puerta a que las amenazas internas, la complicidad con proveedores y la manipulación de procesos críticos se conviertan en un ciclo interminable.

La decisión correcta siempre será hacer de cada caso un precedente: el fraude no tiene cabida en una organización sólida.


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