En la mayoría de las organizaciones, cuando se detecta un caso de fraude interno surge una pregunta incómoda: ¿denunciar o no denunciar?. Muchas veces, por temor a dañar la reputación, la empresa opta por el silencio, limitándose a separar al empleado o romper vínculos con el proveedor implicado. Sin embargo, esta decisión puede ser más costosa a largo plazo que el propio fraude.
En artículos anteriores hemos explorado cómo las amenazas internas, explicadas desde el Pentágono del Fraude, se nutren de factores como la oportunidad, la racionalización o la arrogancia del defraudador. También vimos cómo la asociación diferencial facilita la formación de “bandas organizadas” dentro de las corporaciones, y cómo los activos y procesos críticos se convierten en blancos estratégicos para empleados en complicidad con proveedores. Todos estos escenarios tienen algo en común: si no se establecen precedentes claros frente al fraude, las condiciones para que vuelva a repetirse permanecen intactas.
La importancia de denunciar:
Denunciar el fraude —a nivel interno y, cuando corresponde, por las vías legales— cumple una doble función:
- Disuasiva: envía un mensaje inequívoco de que la organización no tolera conductas fraudulentas.
- Preventiva: permite crear precedentes que fortalecen la cultura ética y evitan que otros colaboradores consideren repetir la conducta.
El silencio, en cambio, transmite un efecto perverso: el fraude se puede cometer sin consecuencias graves. Esto, lejos de proteger la reputación, erosiona la cultura corporativa desde adentro.
Estrategia sin escándalo:
Denunciar no significa hacer escándalo. Las corporaciones responsables cuentan con protocolos estratégicos que les permiten:
- Conducir investigaciones internas discretas, con trazabilidad de hallazgos.
- Implementar canales de denuncia seguros y confidenciales para empleados.
- Documentar cada caso como aprendizaje organizacional.
- Escalar los procesos a las autoridades competentes de manera técnica, sin exponer la marca innecesariamente.
Generar cultura corporativa frente al fraude:
Una empresa que denuncia el fraude transmite un mensaje clave: la integridad es innegociable. Para consolidar esa cultura es necesario:
- Comunicar con transparencia interna los casos y sus consecuencias, reforzando la ética como valor compartido.
- Educar a directivos y colaboradores sobre el costo real del fraude, que no se limita a lo financiero, sino también a lo reputacional y estratégico.
- Integrar la ciberinteligencia como herramienta de prevención y monitoreo continuo.
- Fortalecer el liderazgo ético: los directivos deben ser los primeros en respaldar estas decisiones y dar ejemplo.
El verdadero dilema no es denunciar o no denunciar, sino qué cultura queremos construir en nuestra organización. Denunciar de manera estratégica no es un riesgo reputacional, es una inversión en credibilidad, ética y sostenibilidad. El silencio, en cambio, abre la puerta a que las amenazas internas, la complicidad con proveedores y la manipulación de procesos críticos se conviertan en un ciclo interminable.
La decisión correcta siempre será hacer de cada caso un precedente: el fraude no tiene cabida en una organización sólida.